Al rey de Castilla:
Ciertamente, si habéis atacado una de nuestras naves, significa la guerra.
Al menos, en tiempos normales.
En los tiempos que corren, Bizancio no es capaz de enfrentarse a ninguna potencia del mediterráneo. Aunque quisiéramos declararos la guerra, no podríamos, pues no tenemos soldados ni centros de reclutamiento. Aunque quisiéramos venganza, nuestras naves están todas en el fondo del mar y nuestros astilleros no tienen materiales para construir nuevas.
Así pues, esperamos que Dios os castigue por vuestros pecados, ya que la mano de Bizancio hace ya tiempo que fue cercenada y a nuestro Imperio no le queda más que esperar mientras muere desangrado.
Suerte en vuestras vicisitudes futuras, monarca de Castilla. A poco, el destino os deparará cosas más grandes que a este Emperador sin imperio. Permitid, sin embargo, que este moribundo os de un consejo: aprended de la historia y elegid bien a vuestros amigos. En un nido de serpientes, la feroz mangosta del desierto puede ser una gran aliada.
Dios os guarde.