Correspondencia
El sol cegador me despertó una vez más ... La luna vuelve a abandonarnos otra vez, para dar paso a un caluroso día... Todo empieza a repetirse aquí... Donde antes se oía a la caballería almohade practicar sus tácticas hostigadoras, ahora solo se escuchan a un par de jinetes cazar liebres marroquíes para el almuerzo... Aquí, perdidos en mitad del Atlas africano, no podemos comer nuestra querida carne de ternera andalusí, ahora nos tenemos que conformar con la dura carne de las liebres... Me negué en rotundo a pisar alguna ciudad del Sultanato hasta que no recuperase posiciones en la península, tenía un sentimiento de culpa y deuda con mi pueblo...
Nada más despertarme, me levanté, me puse mi túnica, su cinturón y en el envainé mi cimitarra. Saludé a mi guardia, y parloteé un rato con ellos, me comentaron que estaban bastante aburridos y muertos de calor... Fuí a bordear mi tienda, y salté la pequeña cerca que teníamos, más para avisar a los pastores de que no era un camino de cabras cualquier que una edificación defensiva, y realicé mi pequeño paseo diario, como de cincuenta metros, hasta el arroyo más cercano...
Sumergí mi cara en aquel agua, me sorprendió su temperatura, pues parecía estar aislada del insoportable calor del exterior... Empecé a beber, y recordé los diarios paseos que me daba en la Alhambra de Granada, aquel edificio que por fuera parece solo un tosco castillo, pero por dentro, es el lugar más bonito de este mundo, de mi habitación a la Fuente de los Doce Leones, de la simpática gente de esa ciudad, de la sultana y su constante sonrisa, la cual siempre sentaba como una taza del mejor té oriental, y que aparecía siempre hasta en los momentos de mayor adversidad, de los gritos del imán Zangi en la mezquita...
De repente, sentí algo. Saqué la cabeza del arroyo, y me puse en guardia. Parecía el galope de un caballo... Por lo que desenvainé la espada. El galope, cada vez se oía más cercano... Mi guardia estaba demasiado lejos. Estaba acorralado, no tenía donde esconderme. Conforme el estruendo aumentaba, también empezaron a oirse gritos ahogados, de una voz bastante grave, que chillaba en un idioma desconocido... Me preparé para el golpe, y volví a pensar en las cosas que dejé atrás tras mi expulsión de la península ibérica por España, rezaba, y me hacía a la idea de que me reuniría con los hombres que dieron la vida por mi y a los que estos y yo matamos...
Pero, aún no llegaría ese momento. Se produjo una escena bastante cómica. El jinete apareció, con un corpulento caballo... Era un hombre bastante alto y gordo, con tatuajes de color azul por todo el cuerpo, con los cabellos de color dorado y bastante largos, los ojos azules y pequeños, y la cara bastante arrugada... Llevaba una prenda bastante extraña para cubrir sus piernas, parecía de mujer del norte, pero, por su enorme barba, el emisario no parecía en nada una mujer...
Al principio pensé en un español, su tez era bastante más pálida, pero no, parecía de bastante más al norte...
Tenía signos de insolación y deshidratación, por lo que, le tumbamos a la sombra de un toldo, le dimos agua helada de las nieves de las cumbres del Atlas, y esperamos a que se recomponiese... El hombre, que decía llamarse Brian, nos indicó que tenía algo en sus ropajes, que resultó ser una misiva y, murmuró algo antes de desmayarse, incomprensible, en una lengua muy extraña pero, eso era lo que encabezaba su carta... "Cha togar m'fhearg gun Dioladh". El hombre, me dió algo antes de cerrar los ojos... Era una flor, de la que solo oí hablar pero nunca ví, blanca y azul, llamada cardo, que, olía muy bien...
Cogí ambas cosas, carta y flor, y salí de la tienda a leerla con tranquilidad... Me senté sobre una roca a la que le daba sombra un pequeño árbol, y, abrí el sobre...
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Mis hombres me miraban con expectación, impaciencia y nervios... Entré en la habitación, y vi, como Brian estaba mejor, ya sentado, mientras que mis médicos personales le preparaban infusiones e infusiones, me ofreció un trago de una bebida con el color del agua, pero no lo era... La rechacé como hizo el profeta, aunque, reconozco que tuve la tentación de probarla. Varios de mis hombres le interrogaban amistosamente de donde venía, como era su tierra, si había bellas mujeres en ella... Los demás, me miraban con los ojos enormemente abiertos...
Me subí sobre una mesa y grité:
- ¿No estabaís aburridos? ¡Id formando las columnas, pues, vais a tener acción! Y, ya de paso, también solucionaremos eso de que tengaís calor...-Todos gritaron mi nombre, y cosas como Allahú Akbar, excepto un anciano... Qué, probablemente sabría que acontecimientos nos acaecerán después... Me acerqué a el y, me susurró algo...
-Es natural que tu, joven sultán, tengas ansias en recuperar lo perdido y honrar el nombre de tu familia, pero, recuerda siempre, que hay muy poca diferencia entre los héroes y los idiotas... Entre los reyes, y los vagabundos...
Me quedé pensando en sus sabias palabras, mientras veía a mis hombres festejarlo, y a Brian contar su viaje hasta nuestras tierras...
Volví a alzar la voz y dije:
-Celebradlo todo lo que queraís, pero partiremos mañana al alba. Ahmed, cuando acabe la fiesta, prepara la caravana de abastecimiento. ¡Ah! Brian, por cierto, te vienes con nosotros.
-Sí - Respondió en un alegre tono, con dificultades aún en nuestro idioma.
Mientras tanto, me alejé del campamento, cogiendo un jazmín antes, y empecé a escribir una carta en las sombras, alumbrado solo por la triste luz de un candil... Cuando acabé, tras un largo rato, metí el jazmin en el sobre, y me quedé allí, pensando en que nos depara el futuro... Tras otro largo rato de reflexión, volví al campamento, y me uní a la fiesta, por poco tiempo, porque, tenía que estar descansado para las siguientes jornadas que me esperan
Presagios I, primera parte
Conforme descendíamos, el aire pasó a ser más abundante y cálido... Apenas teníamos dificultades para respirar, pero, el calor aumentó de forma considerable, el paisaje parecía más oceánico que el de hace unos días... Avanzamos por una carretera de tierra, el polvo y el calor son casi insoportables. Yo lidero la columna, seguido por mi guardia personal, y detrás mis tropas... He ordenado a la caballería ligera que escolten y patrullen los flancos de la formación. Llevábamos seis días de marcha, avanzábamos muy despacio por los carros de abastecimiento. Yo, iba abstracto, mirando al horizonte, y pensando en que hacer cuando llegáramos a nuestro destino... Entre mis hombres, comenzaba a reinar el descontento, pues no les agradaba en absoluto una marcha tan larga y cansada, monótona, sin paradas... Más o menos a medio día, se acercó uno de mis hombres más fieles, mi embajador personal, Ibn Faraj... Llevaba un corcel árabe purasangre, árabe... Como el mío, que me regaló al contratarle, puesto que es de origen oriental. Se me acercó y me dijo...
Después la acabo xD me tengo que ir, emergencia, pero no me deja guardar el borrador en una edición, así que lo dejo así hasta que vuelva y lo acabe...
