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Cuando el joven Louis recibió la noticia de la muerte de su padre, se hallaba a bordo de la "Christopher de la Tour", la coca que hacía poco se había convertido en el buque insignia de la flota francesa tras su captura al reino de Inglaterra. Una vez leído el pequeño pergamino, un brusco apretón de su guantalete le bastó a Louis para reventar el abdomen de la paloma que se lo trajera. A diferencia de su padre, él siempre había manifestado una clara ambición por el poder, y una brillante carrera militar contra los rebeldes en Burdeos le había merecido el mando del Ejército Sur desde hacía unos años. De naturaleza cruel, no dudaba en pasar a cuchillo a poblaciones enteras que se hubieran resistido ante el estandarte de la flor de lys. Ahora surcaba el Mediterráneo para subsanar el desastre que uno de sus generales había ocasionado tras sufrir una dolorosa derrota ante los piratas sicilianos en Cagliari.
Incapaz de mantener un asedio con garantías, el general Brémont había tenido que correr a refugiarse en su barco cuando los bucaneros salieron sorpresivamente del castillo cargando contra los confiados asediadores. El ahora nuevo Rey Louis se lamentaba en privado de su suerte, pues en lugar de suceder a su padre en la Campaña del Norte de la que hablaba toda Francia, tenía que contentarse con labores de limpieza de delincuentes comunes en una alejada isla mediterránea. Los piratas que otrora amenazaran el progreso de la costa sur de Francia, ahora se encontraban en serios aprietos por la rápida campaña que el Ducado de Milán había desatado en colaboración con el Sacro Imperio. El difunto Le Roi Phillipe vió en esta campaña la ocasión perfecta para alejar la amenaza de sus dominios aplastando la guarnición siciliana de Cerdeña, pero calculó mal la dotación de fuerzas y ahora su heredero acudía con refuerzos para rematar la obra.
A primera hora de la tarde, la "Christopher de la Tour" alcanzó a vislumbrar el castillo de Cagliari entre una espesa niebla. La intensa actividad que observó llamó la atención de Louis, que confiaba en encontrar escasa oposición a su llegada. Sin embargo, desde el carajo se avisó al rey de que numerosas baterías artilleras y tropas bien pertrechadas adornaban las murallas del objetivo. La experimentada tripulación gala, responsable del reciente hundimiento de varios barcos piratas, mostraba no poca pericia en el manejo de las bombardas, y pronto estuvieron dispuestas para escupir su mortífera carga. Oportunamente, al cabo de unos interminables instantes se levantó una ligera brisa del poniente, y la niebla comenzó a disiparse lentamente, momento en el que los vigías del castillo dieron la alarma sonoramente sobre la presencia francesa. Cuando Louis se apercibió, ordenó detener el lento avance de su flota. Sus hombres aguardaban con los músculos en tensión, apostados a ambos lados de las cinco bombardas que disponía cada buque. El momento se eternizaba pues parecía que la orden no iba a ser emitida nunca, la aparente parsimonia del monarca desconcertaba a todos sus hombres. Entonces, con una extraña suavidad y delicadeza, pronunció una sóla palabra, casi susurrada, que sus artilleros atisbaron a entender como "fuego". La ansiedad acumulada se disparó como el plomo que volaba hacia Cagliari. La interminable tormenta de pólvora y fuego sembraba el caos en la población siciliana. Tal como había previsto el soberano francés, al cabo de pocos minutos uno de sus proyectiles alcanzó el polvorín del castillo. La explosión fue de tal magnitud que el cielo se cubrió de astillas y polvo. En ese preciso momento se ordenó detener el ataque artillero y desembarcar.
La muralla del castillo más cercana al polvorín presentaba un boquete de dimensiones considerables, por el que entraron en tromba las tropas francesas. El general Brémont fue obligado a cargar encabezando la ofensiva, y para redimir su vergüenza el joven militar expuso su vida en repetidas ocasiones mientras repartía mandobles a lomos de su caballo, rebanando brazos y cercenando cabezas por doquier. Las defensas sicilianas opusieron una resistencia endiablada, pero la soldadesca gala temía más las represalias de su rey que al muro de estacas que formaban los lanceros italianos, y antes que cayera la noche sólo aislados pelotones de piratas luchaban por su vida en perdidos rincones de la villa. El rey no permitió a sus hombres descansar tras tan merecida victoria. La venganza ante la derrota sufrida por Brémont aún no se había consumado...
Las primeras luces de la mañana mostraron en toda su crudeza la naturaleza de la represalia del joven monarca. El largo camino que subía desde el embarcadero hasta las puertas del Castillo había sido adornado con los cuerpos mutilados de los piratas, que ahora colgaban de altas picas lombardas. El rey no podía evitar una leve sonrisa en su rostro mientras observaba el macabro escenario desde la ventana de su nueva residencia en el castillo. Mientras se apartaba de la ventana, su ayudante de cámara atinó a oir un leve murmullo en el que Louis se decía para sí:
-"Este camino que hoy comienza aquí, mañana llegará hasta Edimburgo"