En las frías y heladas estepas, el pequeño destacamento observaba con inquieta preocupación la oscura figura que se acercaba por el horizonte. Su negra indumentaria contrastaba visiblemente con los luminosos y blancos reflejos del amanecer sobre la nieve helada. Sus recios rostros más que acostumbrados a la dura vida en las estepas no ocultaban los pesimistas presagios que embargaban sus mentes. No podía ser un mensajero del general destacado en el frente, quedaba al otro lado hacia el poniente, en cambio el lúgubre emisario que espoleaba con amarga furia su cabalgadura procedía del naciente. Venía de casa.
¿Por qué tenía tanta prisa?¿A qué obedecía tan desalmado trato a la noble bestia que con tanto valor y esfuerzo lo traía con tan firme determinación?
Las últimas noticias no habían sido buenas... las guerras no son buenas, siempre traen sufrimiento, dolor, hambres, pestes y muerte... sobre todo muerte. No es que los curtidos soldados temiesen la muerte, estaban acostumbrados a ella. Sus duros rostros habían visto demasiadas veces a muchos camaradas y amigos yacer abatidos por el inmisericorde acero enemigo. Estaban habituados a ver morir a los suyos y a corresponder con la misma fiereza que mostraban los malditos enemigos. Sí estaban resueltos a dar hasta su última gota de sangre por conservar libre el suelo de la santa madre Rusia. ¡Nadie les echaría de las tierras de sus antepasados!
Solo que era tan duro ver llorar a los niños y las viudas cuando al llegar del frente notaban la ausencia de sus seres queridos. Era tan difícil mirar a los angustiados rostros de la esposa y los hijos cada vez que partían a cumplir con su deber. Y aquel jinete venía de casa... Y tenía prisa por alcanzarnos. Ya se oían sus cascos sobre el duro suelo del camino. Ya llegaban los ahogados relinchos del esforzado caballo. Noble bestia, otra ya hubiese sucumbido ante el salvaje trato de su jinete.
No había duda venía de palacio en su sobria indumentaria se adivinaban las armas y el escudo del Zar. Sin mediar palabra descabalgó y con paso decidido se abrió paso hasta el comandante del puesto.
-Alteza. Su majestad el Zar Alexander ha muerto repentinamente. Debe... el emisario reprimió la emoción que lo embargaba mientras extendía el brazo con la misiva de tan trágica noticia. Debe regresar a palacio para organizarlo todo. Ahora mi señor es usted nuestra única esperanza.
El Zarevhich Gilinsky leyó con calma la lúgubre epístola. El silencio que había abrazado al destacamento con la aparición de tan malhadado correo; parecía ahora extenderse por toda la estepa. Todos hombres y bestias miraban con expectante interés el serio semblante del heredero. Con calma, dominando la tempestad de emociones que se despertaban por tan amargas nuevas dio las pertinentes órdenes a su segundo para que el destacamento alcanzase su destino. Después con una pequeña escolta y acompañado por el negro ángel que tan oscuros presagios traía. Partió con sobria premura hacia palacio había tanto que hacer y tan poco tiempo... Nunca las desgracias vienen solas y esta había llegado en el peor momento...
Sus leales soldados lo vieron marcharse con resignación. ¿Qué más calamidades les aguardaban? Sin embargo, si álguien podía traerles la ansiada paz y prosperidad era él. Aún había esperanza...