Roma, año 1303.
El propio firmamento se apagaba cuando la noche llegaba a la ciudad de las siete colinas. La que había sido la gloriosa capital del Impero Romano, la joya del mundo, la ciudad santa que albergaba los restos de San Pedro, yacia ahora, como una gigantesca prostituta, en el sumidero del caos y el Pecado. Los antiguos monumentos de nívea piedra eran reflejo de su decadencia. El moho habia cubierto las orgullosas fachadas y las ruinas se alzaban en un esperpento de lo que fué la mayor y más gloriosa ciudad de la Tierra.
Las estrechas calles de Roma eran ahora un laberinto mortal en el que los honrados ciudadanos perecían engullidos por los pecados capitales. La suciedad se amontonaba en los portales y en las miradas de sus habitantes. Los ladrones, maleantes y vividores de toda Europa se citaban allí, actuando con impunidad bajo la indeferente vigilancia de los destacamentos Imperiales que tan pronto como acababan su ronda se unian al desvario de alcohol y repugnancia en el que se hallaba sumida la ciudad.
Ni siquiera el estado del Vaticano había sobrevivido a la enfermedad pecaminosa de los habitantes de Roma y la Guardia Suiza se había concentrado en el Castillo Sant'Angelo estableciendo allí el último Bastión de la virtud frente a la locura. El Santo padre y el colegio Cardenalicio se habían tenido que habituar a vivir encerrados bajo aquellos ancianos muros y consolaban su pesar mediante una vida de virtud y espejo de castidad mientras a su alrededor los habitantes una nueva Gomorra tentaban la ira de Dios.
Ninguno de aquellos semihombres que se arrastraban en el lodo del vicio osó interrumpir el paso de la columna de caballeria mandada por el Komtur Heidrich Mulen Von Braven. Los caballeros de la Orden Teutónica avanzaron, como arcángeles blancos en medio del purgatorio, hasta la residencia Papal. La guardia suiza les franqueó el paso y el Komtur fue llevado directamente a la presencia del Santo Padre, que se hallaba rezando en una pequeña capilla construida en una galeria subterranea excavada por los primeros mártires cristianos.
Tras acabar sus pregarias, el santo Padre atendió al caballero, sin poder ocultar la emoción de su voz. Parecía que al fin, sus rezos habían sido escuchados.
-Bien hallado Komtur Von Braven. -Dijo extendiendo el anillo- Vuestra llegada no puede ser más oportuna. La iglesia católica pasa por un momento de gran necesidad y la Orden Teutónica es nuestra única esperanza.
-Estamos a vuestro servicio, Santo Padre. - Respondió Heidrich aún arrodillado.
-Como habeis podido ver, estimado Komtur, Roma se ha vuelto una ciudad muy peligrosa. Lo peor es que esto es sólo el reflejo de lo que esta pasando en Europa entera. Todos los reinos se hallan sumidos en la locura. La herejia nace por doquier, alimentada por la desconfianza mutua de los reinos católicos. Las constantes guerras han traido la miseria al pueblo y la gente esta perdiendo la fe.
Von Braven comprendía perfectamente la situación. Había visto como las ciudades de Polonia, antaño prosperas y virtuosas, habían caido en el abandono debido a la codicia de los reyes que se embarcaban en guerras por las que pagaban sus vasallos.
- Si en algo os puede ayudar la Orden Teutónica, su santidad, no dudeis en ordenarlo y se cumplirá en el acto.
-Queremos que nos lleveis con vos, Komtur. Solicitamos la protección de la Orden Teutónica y deseamos trasladar nuestra residencia a la ciudad de Vilna, desde donde mandaremos sobre la cristiandad hasta que el orden vuelva a Roma.
-Se hará como decís, mi señor.
El Santo Padre respiró aliviado y, poniendo la mano sobre el hombro de Von Braven le hizo alzarse.
-Pero, mi estimado caballero. - dijo- Hemos sido muy descorteses con vos, pues sin duda algun asunto de extrema urgencia os traia hasta aquí.
Entonces, el Komtur Heinrich enrojecido por la verguenza que le producian las palabras del Emperador relató a su Santidad las graves acusaciones que en público había vertido el Kaiser Rukser III y narró tambien la situación de la guerra en Escandinavia.
- No sois vos quien debe avergonzarse, querido Komtur, sino el Emperador Rukser. Preparaos para partir de inmediato. Nuestra guardia Suiza nos acompañará en el viaje y tambien el colegio cardenalicio. Enviaremos cartas a los tribunales de la Santa Inquisición para iniciar el proceso de investigación por la conducta del Emperador Rukser.
El sol aún no habia salido cuando la comitiva partió de Roma. Dejaron atrás las magníficas ruinas rodeadas de pecado y iniciaron el largo viaje hacia Vilna. Mientras en el Báltico se celebraba la llegada de la paz, el destino del norte de Europa atravesaba los Alpes entre ventiscas y tormentas...
Te has aficionado como yo a las novelitas... 
para el camino de los caballeros y su santidad... 
