El toque del cornetín desgarró el aire de aquella fría mañana de Enero. y la potente voz del pregonero alcanzó hasta el último rincon del pueblo:
¡Se hace saber que El príncipe MizniKlu, heredero de Polonia por la Gracia de Dios y la princes Agnes del Sacro Imperio Germánico se uniran en Santo Matrimonio. La ceremonia tendrá lugar en la catedral de Cracovia con la presencia del Emperador Germano y oficiada por el Gran Maestre de la Orden Teutónica!
¡Se espera la visita de numerosos príncipes y personalidades de todo el mundo conocido. La ciudad de Cracovia celebrará una semana de gran fiesta con numerosos eventos para todo el pueblo!.
¡Que así sea y así se cumpla pues así ha sido ordenado por el Rey Klu de Polonia!.
Antes de que se extinguiera el sonido de las últimas palabras, un murmullo de sorpresa y excitación se apoderó del pueblo. "El príncipe y la princesa Germana!". Repetían unos con los ojos como platos, imaginando los suntuosos manjares y derroche de lujo que habría en el banquete. "¡Una semana de ferias!". Se asombraban otros, pensando en el gentío que se congregaría en la capital.
Como la pólvora, la noticia se propagó por toda Europa atravesando fronteras, guerras y mares, alentada por la multitud de mensajeros que llevaron sus misivas a los diferentes Reinos: Aragón, Francia, Castilla, Inglaterra, Rusia... no quedo feudo ni región cuyo señor no recibiera invitación a la boda. Incluso hasta las lejanas estepas heladas, donde gobernaba el poderoso Khan Mongol, llego la buena nueva.
Un mes más tarde todo estaba preparado: la ciudad engalanada y la ilusión prendida en la mirada de sus habitantes.
Poco a poco, los invitados empezaron a llegar...