El viajero, sobrecogido por la inmensidad de las murallas, entra con la cabeza escondida entre los hombros a Bizancio, capital del Imperio. Se introduce en sus laberínticas calles, buscando la manera de llegar al palacio y no tarda en darse cuenta de como la decadencia se está adueñando de la ciudad. Casas semiderruidas, deshabitadas... dan testimonio de las duras guerras de frontera que se llevan familias enteras. Mendigos y mutilados abundan en las calles y los monumentos, que antaño brillaron con más fuerza que la mismísima Roma, aparecen hoy deslustrados y abandonados.
Sin embargo, no puede dejar de sobrecogerse al pasar por Santa Sofía, ya mas cerca del palacio. "Es un pueblo con fe", piensa el mensajero. Entonces, bajando desde el palacio, escucha el estruendo. El ejército imperial parte a la frontera.
Ante el emisario desfilan las élites del ejercito Bizantino. Hombres bien entrenados y pertrechados que han sido pagados con dinero del propio emperador Mandoniópolos. Marchan en formación tan perfecta que el visitante, miembro del ejército de su país, no pudede menos que admirarlos. "Si combaten de la misma manera", piensa, "no me gustaria estar frente a ellos".
Estrecha su mano alredededor del mensaje que portaba preguntándose en que letras está escrito el destino,
"Tienen fe... y tienen fuerza", reflexia, "Veamos si nuestros señores se ponen de acuerdo"
Aprieta el paso, subiendo la cuesta hasta llegar a la puerta del palacio, de donde aún salen tropas. Dentro, el emperador aguarda las nuevas de lejanos paises...