La batalla de Alarcos, el 19 de julio de 1195. Fue la última gran victoria de las fuerzas musulmanas almohades contra los cristianos. Como consecuencia de ella, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava y llegaron hasta las proximidades de Toledo, donde se refugiaron los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas cercanas fueron abandonadas: Malagón, Benavente, Calatrava, Caracuel y Torre de Guadalferza y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla Abu Yusuf volvió hacia Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).
En los dos años siguientes a la batalla las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por el renegado Pedro Fernández de Castro. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abu Yusuf abondonó sus asuntos en Al-Andalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.
Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre Al-Andalus, se decidió todo en la batalla de las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y el Imperio Almohade se derrumbó pocos años después.