“ Georgi Knyazev estaba leyendo Pravda cuando un artículo le llamó la atención. Un equipo de arqueólogos había ido a Samarcanda para abrir la tumba del gran guerrero medieval Tamerlán, y el día antes habían comenzado los trabajos en la cripta del antiguo palacio de Gur Amir. «Hoy se ha hecho un excitante hallazgo en el Mausoleo», anunciaba el periódico. El equipo había acudido desde Leningrado con el objetivo de recopilar objetos para una gran exposición sobre el imperio mogol que que preparaba el Museo Hermitage. El miércoles 18 de junio levantaron la losa de jade negro del sepulcro; el viernes exhumaron el cuerpo de Tamerlán y midieron su esqueleto. La edición matutina de Pravda publicaba una fotografía triunfante del arqueólogo de Leningrado Mikhail Gerasimov levantando en alto el cráneo del gran guerrero.
Knyazev se inquietó. Era director del archivo de la Academia de las Ciencias de Leningrado y estaba orgulloso de su ciudad por su tradición cultural y por el impulso de modernización que imprimía la Estado soviético. Pero recordaba haber leído que algunos uzbekos se oponían a aquel acontecimiento. Habían hecho pública una turbadora advertencia que la edición de Leningrado de Pravda reproducía con aire sardónico: «La leyenda popular, aún viva hoy día, mantiene que bajo esta piedra yace la semilla de una guerra terrible». Tamerlán fue un conquistador de una crueldad monstruosa. Arrasó naciones enteras a la velocidad del torbellino, dejando tras de sí una estala de devastación y montañas de cráneos para dar fe del número de caídos en la guerra. Pero, después de todo, llevaba más de quinientos años muerto. Pravda decía «Ciertas personas supersticiosas creen que el espíritu de los muertos tiene poderes desde el más allá de la tumba. Sin duda, sacarán mucho partido de esta exhumación».
Georgi Knyazev continuó leyendo el diario. Justo después de las 11.00 de la mañana, la radio anunció que Hitler había invadido Rusia.”
El sitio de Leningrado, 1941-1944. Michael Jones