Con un apretón de manos se selló un acuerdo que cambiaría el destino de los mares. A partir de entonces no habría playa ni golfo, ni ciudad ni pueblo costero que pudiera dormir tranquilo. El ulular del viento se convertiría en presagio de desgracia y los hombres más valientes temblarían cuando llegara la noche y las velas negras arribaran a tierra.
Si algún atrevido, inconsciente y temerario, quisiera hablar con los capitanes de las flotas debiera hacerse a la mar y poner rumbo al norte, allí donde la tierra se funde con la bruma y esperar, al pairo, hasta que las escuadras de los ladrones del mar lo encontraran. Durante la espera le convendría rezar pues si a los desalmados capitanes no les agradaba la propuesta del mensajero, su cuerpo acabaría en lo más profundo del helado mar, y su cabeza adornando los mástiles de sus naves....